Con huaraches, y a veces botas; cuando vuelve el frío y se burla de la primavera eterna que se vive aquí.
Con cuanto verde se me antoja, mimetizandome hasta cuando duermo con lo que debajo de mis pies hay todo el tiempo, cuando subo al cerro, cuando escalo a un lado de la carretera el jardín cercado y mejor cuidado de la calle, para arrancar una flor de geranio, o rescatar una hoja de murucuyá de la plaga.
Dejando que el vapor salga de mi boca como humo cuando fumo, cada vez que voy al baño, a las 6 am, porque mi cuerpo se cansa en la cama cuando se encuentra en altura y prefiere estar sentado escuchando a la abuela rezar sus plegarias que luego olvida para hacernos un tanto la vida imposible, pero muy divertida en la cocina, donde nos enseña secretos disque para hacernos mejores amas de casa y olvidando y haciendo oídos sordos a nuestros cuentos feministas o igualitarios.
Con el abuelo renegando, las tías sonriendo, y una torta rosa en un cumpleaños que nunca se había celebrado, que termina muy temprano un tanto después de la medianoche, porque empezó antes de lo debido.
Riéndome bajito del verde de algunos dientes que veo en la calle, con la coca masticada intentando colarse en mis sueños y un montón de cuentos serranos subiendome las cobijas que uso de a dos o tres para que no se meta el frío entre mis piernas.
Con el peso aumentando, mi piel aclarándose y mis ansias por volver creciendo inevitablemente pero sin prisa, aquí aun en el norte pero irremediablemente mas alto que en Piura, mis mejores vacaciones.